¿Recuerdan cuando escribía anualmente sobre mi estancia en
Guanajuato?
Bueno, pues este año no será la excepción. En agosto cumplo
siete, sí, siete años de vivir en pueblo seco, o cuévano, como le digo de
cariño, recuerdo que al principio me desesperaba y ahora hasta lo extraño.
Estos últimos meses he aprendido que en realidad, vivo en Guanajuato pero
trabajo en Monterrey. Ya las dos son mi casa, y creo que el verano fresquecito
no me viene tan mal como el de los 40 que hace en mi ciudad natal. 7 años para
7 hechos que han cambiado mi vida, y a continuación enumero:
1.- Mi maestría. El haberme decidido a venir para estudiar
mi maestría en restauración de sitios y monumentos a la universidad de Guanajuato
es una de las mejores decisiones que haya podido haber tomado en mi vida, me
trajo tantas cosas que no terminaría nunca de contar. (Con todo y que según yo
venía sólo dos años y me regresaba para mi pueblo, mmm, sí, cómo no)
2.- Ricardo. El guapo restaurador que conocí en la maestría
de restauración y que después hizo una maestría en Historia. El chilango,
perdón, el capitalino que se convertiría en mi esposo y socio, no sólo en la
cuestión laboral, sino en muchísimas cosas más, quién me ha enseñado tantas
cosas y quien va de la mano conmigo en la travesía que es mi vida por el centro
del país.
3.- Tener paciencia. Mmmta, pensaba cuando de plano no
llovía en el pueblo, ¿pues cuándo chingados va a llover aquí? Me dije el segundo
semestre que estuve en Guanajuato, y zas, que llega la temporada de lluvias a
callarme la boca con esos torrenciales aguaceros de agosto que tan bien conocía
Ibargüengoitia. El esperar y tener paciencia a la temporada de chiles en
nogada, el esperar a ver reverdecer los cerros o esperar a que llegaran las
fiestas de la ciudad me llevó de la mano a ser una persona distinta.
4.- Cuidar el agua. ¡Ay, qué cursi! (Van a pensar) Pero eso
de que corten el agua 2 o hasta 3 días a la semana por que no llueve y en las
presas no hay líquido no es cosa sencilla, uno aprende a cuidar y valorar eso
que de manera tan sencilla siempre tuve en Monterrey.
5.- Aprendí a comer. Mamá, perdóname. Pero ahora entiendo el
arroz con tomate, cebolla y ajo guisados sin necesidad de tener knorr suiza o
knorr tomate. Los sabores del centro del país nunca los voy a encontrar en
Monterrey, como tampoco encontraré esa deliciosa carne que tenemos en el norte.
Sin embargo es muchísimo más común tener una comida con ingredientes frescos y
no tan procesados a como estamos acostumbrados en la capital de N.L. Sí, ya sé
que más de uno me dirá: “no compares” ¿pero por qué no volver a darnos el
tiempo para cocinar sin necesidad de sólo descongelar lo que ya viene
empaquetado?
6.- Dar clases. El haber sido invitada a la Universidad de
Guanajuato para dar clase de Historia de la Arquitectura es una de las cosas
que más me ha hecho feliz en estos 7 años. Conocer a mis alumnos y robarles su
juventud, no, no es cierto, conocerlos y aprender de ellos me ha encantado.
Creo que no soy tan mala dando clase y es una de las cosas que más disfruto en
mi vida.
7.- Lulú. Mi pelirroja psicóloga a la que adoro y a la que
hago reír cada vez que la veo ha sido sin lugar a dudas una piedra angular en
mi estancia guanajuatense.
Así que he aquí estos 7 años guanajuatenses. Cada vez lo
quiero más y creo que la ciudad, mi querido pueblito pintoresco que añoro
cuando estoy en Monterrey también me quiere a mi*